Cuando un disparo es apropiado
Marc J. Dourojeanni
Cazawonke
Internacional, 16 Octubre 2014
En 2012 y 2013 se divulgaron noticias con respecto a la caza
de animales salvajes por personajes famosos. Las más comentadas fueron la del
Rey de España, que fue a cazar elefantes a Botswana y el del actor Ronald Lee
Ermey, que cazó una leona en Sudáfrica. Más recientemente, el alboroto fue
causado por la subasta del derecho de cazar dos rinocerontes negros en Namibia.
En los tres casos, amplios sectores del ambientalismo
radical protestaron por la ‘atrocidad’ cometida –o pretendida– y, en el caso
del Rey, hasta fue exigida su renuncia a la presidencia honoraria del World
Wildlife Fund español. Estas noticias repercutieron en Brasil, donde la caza
está prohibida en la práctica, bajo la misma óptica de desaprobación. En este
artículo se analizan los hechos desde otro ángulo.
La caza que es beneficiosa
En primer lugar, conviene recordar que la caza deportiva y
otras formas de caza no sólo son perfectamente legítimas, sino que incluso
reciben apoyo técnico y financiero de los gobiernos de la mayoría de los países
desarrollados en el mundo, a través de instituciones públicas respetadas y eficaces.
La lista de países en los que la gestión de la vida silvestre se encuentra más
desarrollada incluye, obviamente, a EE UU y Canadá, la mayor parte de Europa,
Rusia y todos los países de la antigua Unión Soviética. Pero la caza también
está permitida en la mayoría de países de otros continentes, y dígase de paso
también, por cierto, en América Latina. El caso de Brasil, donde la caza, con
la excepción relativa de la Amazonía, está prácticamente prohibida, es bastante
peculiar, en particular teniendo en cuenta el tamaño colosal de su territorio.
Existen muchas razones para que la caza sea permitida e
incluso fomentada oficialmente en pleno siglo XXI. Una de ellas, muy
importante, es la reducción de los hábitats naturales de muchas especies, lo
que provoca el hacinamiento o sobrepoblación que, si no se controla, provoca
catástrofes poblacionales –hambre, enfermedades, parásitos– para la especie y,
asimismo, eventuales daños a la sociedad. Uno de los casos más conocidos es la
superpoblación de elefantes en algunos parques nacionales, como el Kruger de
Sudáfrica. Pero este problema se produce incluso fuera de las áreas protegidas,
aun en áreas extensas. Por otro lado, la población animal que crece por encima
de la capacidad de carga del medio natural avanza hacia aquellos que son
antropogénicos, causando daños. Bien conocidos son los casos de los elefantes
que destruyen cultivos en África y Asia o los leones y los tigres que atacan a
la gente, respectivamente, en los dos continentes. En Brasil el caso más conocido
es el de los jaguares depredando el ganado.
La caza es también necesaria y permitida en todos los
grandes espacios naturales que quedan en el planeta, como los bosques y
planicies frías de Canadá, Alaska y el norte de Rusia y en las selvas
tropicales de cualquier continente. En estos casos, es ecológicamente necesaria
para limitar el crecimiento desproporcionado de la población de algunas
especies, lo que afecta la sobrevivencia de otras, o se justifica
económicamente para la supervivencia de las poblaciones locales, tomando la
forma de caza para la alimentación o, en muchos casos, la caza comercial,
aunque eso no excluye la caza deportiva.
Sólo en la Amazonia brasileña se puede afirmar que los
agricultores, indígenas, caucheros y madereros matan diariamente miles de
animales grandes como sajinos, huanganas, tapires y venados, o pequeños como
armadillos, majaces, añujes y tortugas sin que esto sea noticia y sin que ello
sea motivo de extinción de especies. La caza también es necesaria para
controlar las especies invasoras, como la población de jabalíes en Argentina y
Brasil –el único caso en el que la caza está expresamente autorizada en Brasil–
y, entre cientos de otros ejemplos, también se practica en Nueva Zelanda para
controlar ciervos exóticos.
La caza, actividad económica
La caza es una actividad económica como cualquier otra. Y es
importante. Sólo la caza deportiva (uno de los rubros económicos de la caza)
fue practicada por 13,7 millones de estadounidenses en el año 2011, que
gastaron 43.000 millones dólares para practicarla. Alrededor del 85% de ellos
cazaban animales grandes. Aunque el número de pescadores deportivos es mucho
mayor, éstos gastan menos y, por lo tanto, la caza explica casi el 50% del
gasto en actividades relacionadas con la vida silvestre. Por cada cien dólares
del PIB de EE UU, uno procede de la caza y pesca deportiva.
Estadísticas como ésta existen para todos los países que
practican la gestión de la fauna y alcanzarían sumas mucho más elevadas si se
tomase en cuenta la caza comercial y se considerase el valor de la caza de
subsistencia, calculado en función de la proteína si ésta hubiese sido
producida por la ganadería.
La gestión de la vida silvestre con fines comerciales, como
en el caso de la vicuña en los Andes del Perú, es una actividad mucho más
rentable que la ganadería en las mismas punas frías y áridas y cuyos pastos se
encuentran degradados por el pastoreo abusivo y la quema. Esto fue demostrado y
aplicado por las comunidades locales, con excelentes resultados económicos para
ellos.
Es importante destacar que todo esto se hace sin poner en
peligro la especie. Muchas personas creen que la caza es la principal causa de
la extinción de la vida silvestre. Pero la evidencia muestra que éste no es el
caso cuando la caza es el resultado de planes de manejo bien hechos y aplicados
correctamente.
Por otra parte, en las condiciones actuales, la caza es un
instrumento esencial para mantener la salud de las poblaciones silvestres. De
hecho, la principal causa de extinción de especies es la destrucción de los
ecosistemas en los que viven debido a la expansión de las actividades
agropecuarias.
¿Cuál es el problema?
El problema surge cuando la caza es ilegal, esto es, cuando
no se cumple con las normas que, a su vez, se derivan de la aplicación de
planes de manejo de vida silvestre. Estos planes pueden ser tan simples y
eficaces como aquellos que los indígenas del Amazonas aplican tradicionalmente
o tan complejos y eficientes como los desarrollados por el Servicio de Pesca y
Vida Silvestre (Fish and Wildlife Service) y diversas agencias federales y
estatales de los EE UU.
Por el contrario, la caza furtiva, en particular con fines
comerciales de especies raras y valiosas, tiene un impacto devastador y, sin
duda, puede dar lugar a la extinción. Tal es el caso de los rinocerontes
perseguidos por el supuesto efecto afrodisíaco de su ‘cuerno’ o los elefantes
sacrificados por sus colmillos de marfil.
Es también el caso de muchos otros animales de la sabana
africana que se matan para vender su carne en los mercados populares. Aún peor
es el comportamiento de las hordas de guerrilleros y soldados africanos que
masacran animales silvestres, sin control, utilizando armamento militar.
La caza deportiva puede producir, con el tiempo, el mismo
efecto cuando se realiza sin control y elige animales particularmente raros en
la naturaleza. Por las fuerzas del mercado, la rareza del animal aumenta su
valor para los cazadores aficionados, que pueden gastar fortunas para conseguir
un trofeo que puedan exhibir Este tipo de caza debe ser supervisado
estrechamente.
La caza ilegal o furtiva es un problema en todos los países,
incluso en los más desarrollados. Pero alcanza su máxima expresión en los
países menos desarrollados, donde el Estado no tiene capacidad de gestión ni de
control. Por desgracia, cuando se trata de la caza, la imagen más frecuente en
el público es la de esa caza ilegal, que es muy perjudicial y debe ser
prohibida.
El público a menudo no sabe diferenciar entre la muy
difundida información de la matanza de los rinocerontes en el noreste de
Sudáfrica, practicada por los bandidos procedentes de la vecina Mozambique, y
el control de la población de elefantes realizado por personal capacitado en
los parques nacionales de ese país. Y, en general, transfiere su visión
negativa de todas las formas de caza, inclusive las cuidadosamente planeadas y
ejecutadas, como en el caso de EEUU.
Aún peor es cuando un país, como Brasil, cierra casi todas
las posibilidades de manejo de vida silvestre dejando sólo la caza ilegal y sin
control posible. Por ejemplo, es evidente que la muy bien estudiada población
de jaguares en el Pantanal, artificialmente elevada por la presencia de ganado,
permitiría que un aficionado a la caza la practique de forma regulada en base a
la información científica, que ofrecería un retorno económico suficiente para
compensar la pérdida que sufren los ganaderos. Esto se obtendría sin perjudicar
a las propietarios de las haciendas en las que se aprovechan de los jaguares
para los safaris fotográficos, en las cuales, obviamente, no serían cazados.
Como los propietarios que no dedican el ecoturismo no puede ‘vender’ la caza de
jaguares, simplemente buscan eliminarlos, a menudo usando venenos.
En cambio, en Argentina se permite la caza deportiva de pumas,
dando origen a una actividad económica lucrativa mediante la cual la
supervivencia de estos felinos está asegurada, ya que de la misma manera que un
ganadero necesita mantener su plantel de reproductores para asegurar la cría,
ellos también evitan cazar más pumas de los que reproducen, para mantener el
negocio en funcionamiento.
Esto es, simplemente, el manejo o gestión de la vida
silvestre, de la misma manera que la ganadería es la gestión de los animales
domésticos.
Las cacerías de los famosos
Obviamente, el rey de un país desarrollado como España,
donde, dígase de paso, la caza es legal, no se debería exponer cazando, y mucho
menos cazando elefantes a un costo exorbitante estando su país en medio de una
severa crisis y acompañado de una señora que no es su esposa. Pero, fuera de
eso, Bostwana y los otros dos países africanos mencionados al principio son los
que mejor manejan su fauna y mejor conservan su patrimonio natural en ese
continente.
En Sudáfrica, Botswana y Namibia se practica una gestión de
los recursos de la fauna de una calidad comparable a los de los países más
desarrollados y, como señaló el ministro de Medio Ambiente de Namibia,
defendiendo la decisión oficial de subastar la caza de algunos ejemplares de
rinoceronte negro, el dinero que se recibirá servirá, precisamente, para
mantener la especie, que está en peligro de extinción, y muchos otros animales
en el mismo hábitat. La cuota anual de cinco animales se ha calculado
cuidadosamente y no pondría en peligro la población de rinocerontes negros en
el país, que llega a 1.800 ejemplares.
La caza deportiva es una actividad muy rentable para muchos
propietarios de tierras, con baja vocación para la agricultura o la ganadería
y, de paso, le permite mantener grandes áreas naturales, con toda su flora y
fauna nativa. En estas fincas se extraen cuidadosamente algunos ejemplares cada
año por los cazadores en busca de trofeos y que pagan cientos de veces más que
el valor del animal en cuanto a la carne, el cuero o piel, sin tener en cuenta
el costo de los servicios de apoyo a los safaris. Esto permite crear corredores
biológicos entre las áreas de conservación en las cuales está prohibida la
caza. De no permitirse este uso de la tierra todo sería deforestado o dedicado
a la ganadería. Toda esta actividad es, por supuesto, regulada y controlada por
los servicios especializados del Estado.
La caza deportiva también puede ser un gran negocio para los
campesinos o comunidades indígenas. Ya se mencionó el caso de la vicuña en
Perú, pero aún más impresionante es el caso de una especie rara de carnero de
montaña en Baja California, México, donde la caza está permitida bajo control
estricto. Las comunidades locales, con el apoyo de los grupos
conservacionistas, proporcionan a los cazadores aficionados sólo un ejemplar de
esta especie por año al exorbitante precio de un millón de dólares. Con este
dinero, la comunidad se beneficia de las mejoras de infraestructura y más allá
de restaurar el ecosistema degradado y permitir la recuperación de la población
de carneros (borrego cimarrón) y otras especies de la región en sí.
Obviamente, también hay gestión de la vida silvestre y la
caza deportiva en terrenos públicos, tales como los de EE UU y Canadá, o de
Rusia. La venta de permisos de caza se realiza sobre la base de las cuotas
establecidas en los censos anuales de población. No existen riesgos para las
poblaciones de las especies cazadas y, por otra parte, tanto los expertos de
las universidades como las organizaciones no gubernamentales están siguiendo
estrictamente las decisiones de la administración. La práctica de la caza
deportiva controlada lleva más de un siglo en EE UU y no hay poblaciones en
declive. Lo que puso al bisonte americano en peligro de extinción fue la caza
comercial y lo que casi extingue a los lobos fue la caza sanitaria. Hoy ambas
especies se han recuperado.
En Perú, por ejemplo, una de las áreas protegidas mejor
conservadas es el Coto de Caza El Angolo, ubicado en los bosques secos del
noroeste. La administración de esta área fue otorgada a un club de caza
deportiva, el cual está obligado a seguir las instrucciones proporcionadas por
los profesores de una universidad de prestigio y está supervisada por la
autoridad nacional de áreas protegidas. El dinero recaudado permite la
protección de toda la zona y, al mismo tiempo, la protección de numerosas otras
especies de fauna, entre ellas muchas especies raras o en peligro de extinción,
cuya extracción no está permitida. El mantenimiento de una población viable de
los venados está así garantizada.
En conclusión
Los animales salvajes, libres, que son cazados con un tiro
certero por cazadores deportivos o por pobladores indígenas o mestizos tienen
una vida y una oportunidad mejor que los millones de vacas, cerdos y pollos
criados masivamente en confinamiento, sólo para morir de un modo tanto o más
cruel. De todos modos, por las reglas de la naturaleza, el destino de cada
animal salvaje es servir de comida a otros.
El hecho importante a considerar es que la caza
correctamente planeada y ejecutada, en particular la deportiva, nos guste o no
en términos personales, es una gran oportunidad para la conservación de la
naturaleza, tanto como es el caso de la gestión forestal sostenible. Y, del
mismo modo, ambas actividades pueden complementar y financiar la conservación
de la naturaleza en las unidades de conservación de protección integral.
Y, por último, la
gestión de la fauna sigue siendo una alternativa económica y una fuente de
empleo para gran parte de la población rural más pobre que habita en extensas regiones
con limitaciones para otras actividades.
Marc Dourojeanni es ingeniero Agrónomo, Ingeniero Forestal,
Doctor en Ciencias y Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria de
Lima, Perú y fue fundador y presidente de Pronaturaleza.
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